lunes, junio 09, 2008

La pérdida de Inés

Para escribir sobre la pérdida de Inés y de cómo volvió, tengo que hacer un voto de humildad y asumir nuestra estupidez en público. Debo aceptar que Inés logró salirse por negligencia de todos en mi familia.

Todo empieza con que mi casa ha estado en obra por mucho tiempo. La división entre mi casa y el lote de al lado ha sido transitoria. Primero por no saber bien por dónde iba el lindero. Luego mi mamá compró ese predio pero no hemos decidido cuál es el mejor proyecto para aprovechar esa tierra sin dañar mi casa. Para los que no la conocen, ésta es antigua, tipo colonial, con patio interior. Lo mejor es que tenemos un patio, lo que antes se llamaba solar, que nos permite tener tres perros labradores. Hace un tiempo en ese lote funciona un parqueadero. Que ahora es muy útil, teniendo en cuenta el andén de más de seis metros, que en ambos sentidos de la calle nos regaló la Gobernación de Cundinamarca; muy al estilo de Peñaloza con una cicloruta que pocos ciclistas cajiqueños usan; cuya obra, tierra, arena y barro padecemos desde hace más de un mes, y que seguramente romperán en poco tiempo, a pesar de la inversión, cuándo en Cajicá se decida hacer la red que separe las aguas lluvias de las aguas negras.

Hace dos semanas decidimos hacer la pared definitiva con el parqueadero, pero había que nivelar la tierra. Un mini cargador, versión petit de un buldócer, hizo el trabajo, pero dejó la cerca inestable y por un hueco se salió Inés. Fue mientras almorzamos, el lunes 2 de junio. Pero a decir verdad Inés ya se había salido antes y el dueño del parqueadero amablemente nos la volvía a traer. Pero ese día como era festivo, salió con su familia y dejó encargado a otro señor.

En nuestra cuadra todos conocen a mis perras porque Toñeta, la mamá de Inés, sale frecuentemente a oler las buenas nuevas que cada perro deja en los postes de la luz. Mi mamá la deja salir a “darse una vuelta” casi todos los días porque a pesar del patio, ella se aburre y se le nota la felicidad en la cara cuando vuelve de su paseo. Cuando llega a la puerta, cualquier vecino que la ve, golpea en mi casa para que le abran. Catorce años de experiencia con labradores nos habían mal acostumbrado a que las perras siempre vuelven. Incluso manteníamos la confianza cuando Tiznada, la abuela de Inés, se perdía en sus andadas de amor. Ella por la acción de las hormonas pasaba de ser perra recatada y con pedigree a chanda vagabunda y de la calle. Cada seis meses pasaba quince días lejos de casa acompañada de una jauría de perros atraídos por las feromonas. Digamos que Tiznada sólo venia a comer y a planear su nuevo escape.

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