lunes, septiembre 08, 2008

¿Quiere que le toque la bamba?

Sábado 3 de septiembre de 1988, casa de mis abuelos. Había pasado un mediocre cumpleaños. Nada de ponis ni mago ni piñata. Luego de una gran fiesta de primera comunión en mayo, nadie parecía percatarse que mi cumpleaños número diez era un magno evento. Aunque tuve ponqué de merengue con frutas y gelatina.

Esa noche mis papás y sus amigos habían planeado un juego de cartas. Por esa época esas reuniones eran comunes y frecuentes. Mientras, nosotros los “chiquitos”, debíamos obedecer el toque de queda de las ocho de la noche. Todos listos y con la piyama puesta debíamos dormir o ver televisión acostados en colchonetas en el cuarto de mis tías.

En ese tiempo en la televisión colombiana sólo había dos canales, el 7 y el 9. Tal vez ya existía lo que hoy es Señal Colombia, en el canal 11; pero claro sólo pasaban programas estilo “Curumaní”. Es decir, nada que pudiera interesar a cinco niños: los Ospina, Juanfer de casi once y Martha Beatriz de siete, y mis hermanos Andrés y Magda, de ocho y siete años respectivamente.

Pero claro nosotros teníamos una operación oculta. Esa noche iba a ser la última vez que los “adultos” nos dejaban ahí tirados y sin plan. Ese día le echaríamos a perder la partida: a punta de agua les íbamos a apagar la chimenea. El plan era el siguiente: Didiana, la hija de la empleada de mis abuelos les alcanzaría el balde agua y haciendo una cadena humana por el techo, Andrés, Martha Beatriz, Magda y Juanfer llevarían el agua hasta la chimenea. Como yo le tenía miedo a las alturas, montaría guardia en el lugar del juego de cartas. Así tuve que avisar que el juego ya no sería en la sala con chimenea sino en el cuarto de estudio.

Afortunadamente un patio daba a ese sitio y de esta forma mis compañeros alcanzaron a echar dos baldes de agua contra la ventana. No contaban con el zapato de tacón de madera de Magda, marca “Arco Iris”, con el que rompió la claraboya del baño cerca al estudio. El ruido y el piqueteo de pasos por el techo alertó a mi tío Orlando y a Gonzalo Delgado (uno de los amigos de mis papás), que andaban armados.

-¿Qué son esos ruidos? ¿serán ladrones? vamos a dar unos tiros al aire para ahuyentarlos.
-¡¿Queeeeee?! Pensé para mí. Y con miedo sapié a mis compañeros.- Papí, tengo algo que decirte. Es que no son ladrones. Magda, Andrés, Juanfer y Martha Beatriz son los que están echando agua por el patio.

Corrí a avisarles a mis compañeros saboteadores y detrás vinieron mi papá y los demás. Didiana salió corriendo a su cuarto y se salvó del regaño.

-¿Dónde está Martha Beatriz?- preguntó Martha, mamá, dirigiéndose al techo.
-Aquí mami- respondió Martha Beatriz muerta de miedo.

Uno a uno fueron bajando de la escalera. Martha mamá sacó el cinturón y antes de que cualquier cosa pasara mi papá no dejó que le pegaran a los Ospina. En fila india y con la derrota en la espalda, caminamos hacia al cuarto de mis tías. Aceptamos la colchoneta sin rezongar pero no teníamos sueño. Por supuesto que a falta de castigo no nos iban a dejar ver televisión. Menos con mis abuelos durmiendo en el cuarto de al lado. Además tuve que aguantar todos los reclamos por la sapiada. ¿Pero que querían? ¿que dejara que mi tío echara los tiros? Aun hoy no me creen que yo no fui una soplona y ningún adulto corroboró mi historia.

En medio de las explicaciones una voz sobresalió entre las otras. Un canto alegre y pachanguero se entonaba a grito herido:

-Para bailar la bamba, para bailar la bamba se necesita una poca de gracia. Una poca de gracia y otra cosita ay arriba y arriba. Ay arriba y arriba, por ti seré, por ti seré….

En esa época “La Bamba” estaba de moda porque acababa de salir la película con el mismo nombre, sobre la vida de Ritchie Valens, protagonizada por Lou Diamond Phillips.

La luz se prendió y de un jalón mi papá sacó a Magda del brazo y le preguntó:

-¿Quiere que le toque La Bamba?

Desde el corredor se oyeron los únicos fuetazos de la noche y en seguida el llanto correspondiente. Solidariamente le dije a Magda que si le había dolido. Ella me dijo que no. Como era bien berriona, nadie le insistió, para que no hiciera más ruido.

Así terminó el último juego de cartas de mis papás y sus amigos. Bueno, el último al que nos llevaron. Hoy con una cana y arruguitas en los ojos, me doy cuenta que ya casi tengo la edad de mis papás en esa época. Cada vez que oigo “La Bamba” me muero de la risa.

Y Usted, ¿en qué andaba cuando "La Bamba" estaba de moda?
 
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